La denuncia de jóvenes mareros, recluidos en el
presidio de San Pedro Sula, atrajo, nuevamente, la atención sobre
el sistema penitenciario, en concreto, sobre la situación de hacinamiento,
inseguridad y corrupción en la cárcel sampedrana, calificada hace
algunas décadas como “corralón” y poco ha cambiado.
Desde aquel presidio de pueblo en los bajos de la municipalidad que pasó después
al cuartel cercano y más tarde a unas cuadras del centro para terminar en el
predio del barrio Las Palmas, ha transcurrido más de medio siglo, pero más que
en el tiempo, la diferencia habrá que hallarla en la transformación de la sociedad,
cuantitativa y cualitativamente, y en embestida delictiva y criminal de los últimos
años.
A esta situación de inseguridad y violencia generalizada en la sociedad ha habido
respuestas algunas impregnadas de improvisación, otras con una visión a corto
plazo que han resultado efectivas y muy pocas en la perspectiva de las futuras
generaciones. Hay, en la administración pública, como una especie de acuerdo
implícito, propia de la política electoral, de resolver los problemas de hoy,
mañana “Dios dirá”. Faltan estadistas.
El sistema penitenciario está sumamente preocupado en mantener los centros de
internamiento en tranquilidad, que no haya desorden y que no se susciten hechos
violentos que atenten contra la vida de los presos, pero el aumento de la población
penal, la mayoría de ella joven, va incubando frustración, odio y venganza que
convierten los presidios en bomba de tiempo.
La comisión integrada a raíz de la tragedia en la granja El Porvenir recomendó la
reparación de 13 reclusorios, pero, sobre todo, señaló la necesidad de traspasar
el control de los centros penales a un organismo, desconcentrado del Poder Ejecutivo,
que trazase y ejecutase la política penitenciaria.
No se ha vuelto a tocar este tema que deriva hacia futuro y que, en medio de
la controversia, puede resultar sumamente favorable al marcar distancia con la
política, con el sectarismo o con la influencia del poder.
La intensidad de los operativos policiales, el endurecimiento de las leyes y
el incremento en el número de agentes policiales que realizan más capturas, congestionan
los centros de reclusión existentes, sin que se conozca aún, pese a la gravedad
de la situación, de la construcción de algún presidio.
A corto plazo las autoridades están a la espera de la publicación en La Gaceta
del decreto que posibilita la redistribución de presos en granjas penales que
todavía disponen de cupos. Pero no será más que un paliativo, pues el crecimiento
de la población penitenciaria es permanente y no se proporcionan mayores recursos
ni más instalaciones.
Una y otra vez se habla de una cárcel de máxima seguridad destinada para aquellos
reclusos condenados por delitos graves y que supongan un peligro para la seguridad
ciudadana. “Rumores, rumores...’’ como en la canción.
Con una de las innumerables acciones violentas en el presidio de San Pedro Sula
revivió la idea de la construcción de una granja penal a fin de descongestionar,
en un principio, y posteriormente derruir el reclusorio para destinar el predio,
ya en plena ciudad, para el aprovechamiento de los ciudadanos.
No halló eco en el Ministerio de Seguridad la iniciativa y la buena disposición
de los ciudadanos integrados en un comité interinstitucional.
Cuando la bomba explosione comenzarán las carreras, pero quizá ya sea tarde para
salvar vidas. |